Ya con Teodorico, a comienzos del siglo VI d.C., existía en Bard una guarnición compuesta por sesenta hombres armados que defendían las llamadas “Clausuræ Augustanæ”, un sistema defensivo creado para proteger las fronteras del imperio.
En 1034 fue descrito como “inexpugnabile oppidum”, siendo ésta una de las referencias más antiguas a un castillo del Valle de Aosta. En 1242, el señorío de Bard pasó a manos de los Saboya, con Amadeo IV, movidos por la insistencia de los habitantes de la zona, cansados de los abusos de Ugo de Bard quien, desde la situación dominante de su castillo, imponía pesados tributos a viajeros y mercaderes.
A partir de este momento, el castillo fue siempre propiedad de los Saboya, que tenían allí una guarnición. En 1661, se reunieron en Bard las armas de otras fortificaciones valdostanas, como Verrès y Montjovet.
El castillo adquirió protagonismo con ocasión del paso del ejército francés en 1704 y, sobre todo, con la llegada de Napoleón Bonaparte que, en mayo de 1800, encontró atrincherada en el fuerte una guarnición formada por 400 austríacos. Los dispositivos de defensa del fuerte eran tan eficaces que el ejército napoleónico empleó unas dos semanas para vencerlas, cosa que consiguieron hacer solo recurriendo a la astucia. Después, Napoleón hizo desmantelar el fuerte para evitar más problemas futuros.
Lo que se puede ver hoy es la reconstrucción ordenada por Carlo Felice, en plena Restauración, que a partir de 1830, lo convirtió en una de las estructuras militares más robustas del Valle de Aosta. A finales del siglo XIX, el fuerte entra en decadencia: pasa a ser utilizado como cárcel y más tarde como depósito de municiones. Dejó de ser propiedad militar en 1975 y fue adquirido por el gobierno autonómico del Valle de Aosta en 1990.

El fuerte, íntegramente reastaurado en 2006, alberga hoy el Museo de los Alpes, los Alpes de los Niños, las Prisiones, el Museo de las Fortificaciones y de las Fronteras y exposiciones permanentes y temporales.